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Huellas de un emperador

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Huellas de un emperador

Huellas de un emperador. Carlos V.

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico visitó La Rioja en 1520, 1523 y 1542.

Son pisadas livianas que ocultan plomo. Seguimos huellas de una magnitud soberana mientras evocamos la primera mitad del siglo XVI. Escarbamos un rastro azul sobre el suelo añejo riojano. Buscamos al hijo de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, Rey de España y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Encontramos a Carlos I y Carlos V, el mismo hombre, el más poderoso sobre la tierra por aquel entonces.

El primer viaje

Sobrevolamos el año de 1520 en un flashback trascendental. Es febrero. A sus veinte años, Carlos I pisa por primera vez La Rioja camino de Santiago de Compostela. En esta ocasión, no es destino, sino travesía que deja poso. El Rey descansa en Calahorra, en Logroño, en Nájera y en Santo Domingo de la Calzada. 

En presente, deambulamos por el claustro de la iglesia de Santa María de Palacio, en Logroño. Aquí, durante su primer viaje, juró sus privilegios antes de ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Iglesia imperial de Santa María de Palacio. Logroño.

El camino hacia Nájera hoy es corto y motorizado, antes natural y alargado.

Observamos el Monasterio de Santa María La Real. Entramos en el mismo espacio que recorrió el monarca las tres veces que estuvo en Nájera. Avanzamos a través de arterias históricas. Cruzamos la puerta de Carlos V, bautizada así en honor del soberano. Nos cuentan que aportó importantes cantidades de dinero para culminar el claustro de los Caballeros por el que ahora paseamos. Respiramos almas de nobleza a cada paso mientras admiramos los recuerdos en gótico y plateresco.

Dentro de la iglesia, regresamos al pasado. Bajo el coro de finales del siglo XV, descendemos hacia una cueva mística. En el Panteón Real, invocamos a reyes navarros y castellanos. Proseguimos en la nave central directos hacia un exuberante Retablo Mayor, una guía simbólica sobre el pasado del monasterio y de la Virgen. A un lado, encontramos el sepulcro en mármol oscuro de los Manrique de Lara (Duques de Nájera), a quienes Carlos V dignificó como Grandes de España por los servicios prestados a la Corona.

Monasterio de Santa Mª La Real. Nájera.

El segundo viaje

Emulamos su segunda parada en Santo Domingo de la Calzada. Fue en septiembre de 1523 y entró en La Rioja desde Burgos. Pretendemos atrapar sus huellas difusas cuando nos hablan de Juan de Samano, un hombre de familia superior que actuó como secretario del Consejo de Indias del mismo Carlos V. Asimismo, asumió funciones tan relevantes en la ciudad como las de mayordomo y regidor.

En la catedral, que en realidad es concatedral, nos sumergimos en una amalgama artística de románico, gótico y barroco. Nos detenemos frente a la capilla de la Inmaculada Concepción, que fue fundada por el citado Samano para trasladar allí los restos mortales de sus padres.

Su rastro continúa a cielo abierto. En la calle del Cristo, suspendemos el movimiento frente al Palacio de Juan de Samano, un edificio renacentista en el que participaron los canteros Juan de Goyaz y Juan de Orbada.

Palacio de Juan de Samano. Santo Domingo de la Calzada.

En la vecina Leiva, nació un héroe de Pavía. El riojano Antonio de Leiva, militar de gran reputación, cobró fama legendaria por su valentía en el histórico asedio. El propio Carlos V lo tuvo en gran estima y premió su entrega con el gobierno del Milanesado y el título de príncipe de Ascoli.

Es 1523 y la expedición prosigue hacia Nájera y también Logroño, donde el emperador permanece durante dieciocho días. En una plaza principal y estratégica frente a la frontera navarra, agradece la defensa que los logroñeses hicieron dos años antes frente al sitio francés. Durante su estancia en la ciudad, manda reforzar las murallas y construir el Cubo del Revellín, financiado gracias a la exención de determinados impuestos, y añade al escudo de Logroño las tres flores de lis francesas.

El tercer viaje

Es junio de 1542 cuando el emperador retorna a La Rioja. Tres años antes, su esposa, la emperatriz Isabel, ha fallecido. Santo Domingo, Nájera, donde es recibido espléndidamente por los Duques de Nájera, y Logroño vuelven a albergar al césar de esta primera parte del siglo XVI.

Nuestro último viaje nos lleva hasta Santiago El Real, en Logroño. Carlos V vivió la festividad del Corpus de 1542 y encabezó la procesión por las primeras venas de la ciudad, acompañado por su hijo y sucesor Felipe II. En plena calle, soñamos con un gentío solemne integrado por gentilhombres, señores, condes, duques, nuncios, embajadores, capitanes, mayordomos, trompetas, maceros, alabarderos y arqueros.

Iglesia de Santiago El Real. Logroño.

Unos cuantos pasos decididos nos transportan hasta el Palacio de los Yanguas, actual Centro de la Cultura del Rioja. Magnífico superviviente de la arquitectura civil del siglo XVI, sirvió como alojamiento del emperador durante alguna de sus visitas.

Callejeamos sobre emplazamientos antiguos hasta que alcanzamos la concatedral de La Redonda. Intramuros, la capilla del Pilar nos enseña dos enormes lienzos del siglo XVIII que narran la conversión de San Francisco de Borja ante el cadáver de la Reina Isabel de Portugal (1503-1539), única esposa de Carlos V, como San Ignacio de Loyola.

Retrocedemos la vista y nuestros pensamientos. Santo Domingo, Nájera y Logroño. La Rioja. El plomo emerge en las huellas imborrables de un emperador.

Texto: Sergio Cuesta

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