Hablar de turismo interior es hablar de falta de costa, de mar y salitre… Durante años hemos hablado de nuestras costas como del único turismo español. Le hemos dado la espalda a tierras tan auténticas, tan sanas, tan bellas… qué estúpidos hemos sido. O, quizás era simplemente la ceguera típica del que no aprecia lo que tiene, dicen que no se vende como se merece pero, a mí, me da la impresión que se trata de un desconocimiento, de una costumbre de la excelencia, tomando como algo normal lo genial.
Un poco como el riojano cuyo carácter humilde tiende a normalizar el aire limpio y puro que se respira por estos parajes, sus vistas o sus sabores, su potente tierra.
La Rioja es pequeña pero como dirían por aquí: ¡qué chorra más da! cuando este cruce de caminos natural se ha sabido impregnar de tantas influencias culturales, gastronómicas, artística o sociales.
Atravesando de oeste a este por el Ebro, son otros siete ríos, que como venas riegan sus valles de Sur a Norte.
La Sierra de la Demanda se pidió el Oja, el monasterio de Valvanera se arrimó al Najerilla. La Sierra Cebollera se rehoga con agua del Iregua. El Camero Viejo mira cómo el Leza baja lento y con pereza. El Jubera es más de conocer y recorre ruinas de antiguos castillos. Del Cidacos bebían los dinosaurios y el Alhama se va de visita a Navarra para volver a visitar las colonias de cigüeñas de Alfaro.
Es cierto, la naturaleza ha sido generosa con la hermana pequeña de nuestras regiones. Reservas naturales, peñas y sierras defendidas y vigiladas por esos condes del cielo que son los buitres leonados, por águilas o halcones. Sotos y riberas rodeados de álamos blancos, chopos, sauces. Tamarices, alisos y olmos. Y hablábamos de las cigüeñas, esas portadoras de vida que dicen que no quieren ya migrar hacia África ¿Y quién las culpa? Arquitecturas de nidos descomunales se mueven por instinto, y mientras se quedan nos regalan su estampa.
La Rioja es verde, azul y ocre, es niebla matutina, es luz taimada que el sol en su perezoso ascender dibuja y da margen para contemplar las siluetas de sus montes. Viajar por La Rioja es viajar con calma, es caminar, investigar sus senderos. Sea en el Camino de Santiago, o paseando el gran recorrido a través de todos sus valles, o la Vía Romana del Iregua… cada uno de ellos aporta y nutre nuestro viaje.
Pero La Rioja sobre todo tiene tierra que sangra uva glorificada.
Ayer conocí a Fernando, hijo de agricultores, nariz destacable, hombre de su tierra, mirada calma y hombros anchos de esos que han sostenido el peso del tiempo. Le pregunté si en La Rioja todo el mundo sabía de vinos. Me miró a los ojos y me soltó: “la gente solo entiende de lo que aprecia”. Quizás sea esa otra característica del riojano: sabiduría popular capaz de convertir la lógica en filosofía.
En cualquier caso, La Rioja es vino porque hace ya ocho mil años que se convirtieron en nombre y apellido. La vid nutre al paisaje, ahoga la sed, reconforta el alma y, hasta en su muerte sigue siendo útil. Cuando sus ramas secas, lo que toda la vida ha sido el sarmiento, alimenta el fuego cuyo calor y humo impregnarán las chuletas en el ciclo perfecto.
Ya lo ven, le llaman turismo de interior cuando es turismo de los sentidos porque, La Rioja los despierta todos.
Y recuerden, si paseando por los pueblos alguien le grita: ¡qué pasa! Tranquilos, es un riojano diciendo hola. Sin embargo ante el “andevás”, es mejor pararse porque puede ser un toque de atención. Pero cuando dicen que vamos a tomar “el arranque”, eso ya es buena señal, eso quiere decir que vamos a por la última, aunque seguramente será mentira.
Texto: Carta a La Rioja escrita por Kike del Olmo para el programa de Onda Cero "Gente Viajera"
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